martes, 23 de marzo de 2010

White album


Con el mundo a sus pies, los Fab Four acaban hasta el gorro de su éxito y se largan a la India a pasar una buena temporada con un Maharishi, comer ácidos y purificarse espiritualmente. No se purificaron en absoluto, pero se fueron con una guitarra acústica y trajeron el esqueleto del que puede ser uno de los mejores discos de la historia.

Hastiados del mundo y de sí mismos, la brecha que se abrió en canal apenas un año después ya deja cuño en los Beatles. John Lennon y Paul McCartney siguen monopolizando la expasión creativa del grupo, en una suerte de sinergia que no alcanzaron ni por asomo en solitario (quizá en el Imagine para Lennon y el Band on the Run para Paul) y ante esta cuasi dictadura creativa encontramos a un George Harrison y un Ringo Starr hastiados, capados y guillotinados compositivamente desde hacía años, condenados a los caprichos y vaivenes de los dos semidioses. Incluso el bueno de Ringo abandonó el grupo durante las sesiones de grabación, por lo que McCartney tuvo que tomar las baquetas en varios temas.

Con Abbey Road convertido en su patio de colegio, desoyendo los consejos de George Martin, su productor de toda la vida, los Beatles deciden asaltar la existencia de muchísima gente con un disco doble complejo, abierto, con multitud de estilos encadenados entre sí sin orden ni concierto que forman un todo armónico, bello, desesperado y profundamente innovador. Su "Sgt. Pepper's..." cambió el mundo de la música, estableciendo la supremacía de los álbumes por encima de los singles. Ahora iban a marcarse un doble disco que a los directivos de EMI les dio miedo desde el principio.

Un disco que llevo oyendo desde mi niñez, porque tiene eso, es un disco en el que cada cual puede encontrar su ratito, de 0 a 99 años, como ponía en los juegos de mesa. El amante de la música bien hecha no encontrará un ratito, sino un doble disco evocador, arrebatador, genial, que combina melodías infantiles y experimentación sin más. Con Yoko Ono haciendo el memo en el local las tensiones crecen. Lennon grababa en un estudio mientras McCartney grababa en el estudio de al lado, sin hablarse, sin mirarse a la cara. Cómo pudieron parir esta obra magna de la música es algo que escapa a la comprensión humana. Es un disco, en mi opinión, perfecto, genial, lleno de melodías memorables, de momentos de desquicio acompañados por puras instrumentaciones simples. Una obra maestra construida a golpe de ácido, hastío y ego.

El primer disco ya es, por si solo, una obra de marfil y oro puro. Desde el asalto de la parodia "Back In USSR", a ritmo de rock clásico y humor negro, los dos genios de la música que son Lennon-McCartney desarrollan una cosmología única y de altos vuelos, literalmente. La candidez de "Dear Prudence" (compuesto para la hermana de Mia Farrow, que se ve que no tuvo un buen momento con el Maharishi aquel), con sus arpegios, puras diabluras de posturas de guitarra, y su bajo sinuoso. "Glass Onion", una especie de sátira sobre el significado de las letras del grupo, dulce pero hiriente y también con cierto toque agrio. La aparentemente inofensiva "Ob-La-Di Ob-La-Da", saltarina e inconsciente, y a pesar de ello genial. Eso es este disco, un conglomerado de métodos, experimentación y genialidad. Robando los equipos que la EMI tenía escondidos en el sótano los Beatles sacan lo que les da la gana, malodías grabadas al revés, vientos, una elegía a los 60 que ya morían. Ya entra la experimentación a golpe de guitarras con las cuerdas sueltas en "Wild Honey Pie", para esa intro clásica que de pronto se convierte en la absolutamente brillante "The Continuing Story of Bungalow Bill", un collage de estribillo pegadizo y balada derrotista.

Las canciones de Lennon y las de McCartney, aunque identificables, se funden en un todo. ¿Necesitaba el grupo todas esas tensiones para dar lo mejor de sí mismos? Pues probablemente. Si los anteriores y posteriores discos de los Beatles son obras magnas, estamos ante el disco vencedor por exceso. Harrison consigue colar la inmensamente melancólica "While My Guitar Gently Weeps", joder, se me pone la piel de pollo solo de escuchar sus primeros acordes. Un tema de autoayuda construido mágicamente con una sola postura de guitarra cambiando la dominante, fugaz, vibrante, con un solo brillante a cargo de Eric Clapton, que se acopla al grupo cual pez en el agua. Un tema magistral con sus apenas perceptibles notas desafinadas que le otorgan exactamente el aire que quieren que se otorgue. Contraataca Lennon y su "Happiness Is a Warm Gun", profunda y cambiante, un tema que ya cultiva la primeriza distorsión de guitarra, directa al cuello, y los cambios de intensidad, sin despeinarse señores.

"Martha My Dear", un baladón precioso, dedicado a la perra (animal, no groupie) de Paul, de nuevo toca la sensibilidad de cualquiera que le dedique una escucha decente, con arreglos imposibles para la época. ¿Cuántos matices, cuánta diversidad podía este grupo conseguir en unos minutos? "I'm So Tired", arrastrada con la voz de Lennon marcando el camino. La absoluta belleza de los arpegios de McCartney en "Blackbird" (la cual quise interpretar con absoluta torpeza debida al alcohol ante el maestro Gargamel), un tema que con sólo una guitarra acústica y unos apenas perceptibles golpes de percusión convierte el oirla en una absoluta catarsis. ¿Qué tenían estos chicos que nunca ha tenido nadie más, antes o después?

Vuelve a meter la cabeza Harrison para "Piggies", una especie de crítica social a ritmo de clavicordio y pura belleza melódica. Al llegar a este punto del disco, cualquiera que tenga mínima sensibilidad musical (y de verdad, creedme que lo siento mucho por quienes no gustan de este disco, y no les acuso de falta de sensibilidad musical) ya está babeante y entregado. "Rocky Raccoon" da una bofetada en la cara, sencilla, lenta, retorcida, con ritmos de vodevil que no abandonarán el disco, una canción a lo Dylan, otro cambio de cuerda.

Ringo hace su aparición como compositor en "Don't Pass Me By". Saltarina, consigue que no desentone con el resto del trabajo, y eso ya es mucho mérito para alguien que sólo se dedicaba a tocar la batería. La gamberrísima "Why Don't We Do It In The Road", con una estructura que se empeñan en copiar miles de grupos pop, creyendo que hacen algo original, una suerte de blues ácido, con una guitarra desquiciante, un slide que parece carecer de sentido, hay que prestar atención, meterse en la música, saborearla lentamente para otro baladón maestro, "I Will", con Paul multiplicándose, llegando al corazón con una melodía que parece simple como beber en un botijo, pero luego resulta que no, que tiene una complejidad no esperada, un fondo extraño e inquietante que Lennon tiene los santos cojones de cerrar con "Julia", dedicada a su madre muerta por atropello, un arpegio que no hay por dónde cogerlo (tóquenla en una guitarra y luego me lo cuentan) convertido en un dulce y bello arranque de melancolía pura, una virginal obra magna.

Y aún así, nos queda un disco entero, uno abre la blanquísima portada y extrae el segundo vinilo, y cuando pasan los escasos segundos del corte de inicio, la absoluta energía rock de "Birthday" nos despierta. Un riff mil veces copiado, con todo el grupo medio berreando "You say it's your birthday", panderetas, vuelta a lo simple tras lo complejo para de nuevo resurgir, como un ave fénix, a construir algo tan desgarrador y emocionante como "Yer Blues". Lennon se arrastra, se desgañita y convierte un blues normal y corriente en un torbellino de sensaciones. De nuevo me pregunto ¿qué coño tenían estos chicos para convertir en himno un blues clásico?

No hay tiempo de preguntas, porque se intenta desentrañar el misterio de los arpegios de la sosegada y calmante "Mother Nature's Son". A estas alturas uno sólo puede preguntarse qué está haciendo el grupo con su cerebro, si es que aún quedan ganas de pensar. La belleza de los pasajes, alambrados por los vientos, te transporta a otra dimensión, a otro reino. Y cuando parece que ahí te quedas aparece de nuevo Lennon para acuchillarnos con la aprentemente banal "Everybody's Get Something to Hide Except Me and my Monkey". De banal nada, es hipnótica, reveladora, un canto a la superficialidad de la vida, los instrumentos se cruzan, campanas, grabaciones al revés, guitarras por un lado, bajo por otro, y todo forma cemento puro.

"Sexy Sadie", un canto a la perversidad del en principio santo Maharishi. Lenta, de nuevo arrastrada por la voz de John, con arreglos de piano que nos llevan al puñetero paraiso y desembocan en "Helter Skelter". Señores, diganme que esto no es proto Heavy, que les acuchillaré sin más. Guitarrazos sostenidos, parones, voz desgarrada mucho antes de que los "pioneros" del género se atrevieran a dejar las escalas del blues ¿Hay algún matiz que estos chicos no bendigan con su presencia? "Long, Long, Long", otro retazo de Harrison, una balada con insólito protagonismo de la percusión, casi hipnótica, que calma la sangre de cualquiera, seguida por una reinterpretación de un single que aparece en Hey Jude, "Revolution 1". El grupo coge una canción que ya tenía y le echa el freno de mano, la revolución ya no es rabia, ahora es calmada y pastosa, arrastrada, ya no es la carga de testosterona rock que era antes. Parece una premonición.

"Honey Pie" suena a cabaret, a vino rancio y mejores tiempos, con su retorcida interpretación de piano, ¿de dónde bebió Queen en sus momentos más teatrales? pues aquí tienen ustedes la respuesta. Un manantial inagotable de inspiración, tan blanco como su portada, este disco crece y crece. "Savoy Truffle", de nuevo Harrison, con un sonido totalmente Beatles, redefiniendo el pop por llegar, abriendo un camino nuevo, a ritmo de acústica y acordeón en "Cry Baby Cry", la típica bajada de nota dominante del acorde, típica ahora, nueva entonces, genial siempre en esta encarnación. Sosegada y tranquila, de pronto llega el apocalipsis de "Revolution 9", un patinaje neuronal, un canto a la experimentación por parte de Lennon y, según él, Yoko Ono. Asfixiante y retorcida. Y ese cierre de disco con "Good Night". Mi hermana me la cantaba para que me durmiera cuando era un criajo (evidentemente me lo ha contado, porque no es que me acuerde). Violines, violas, una apoteosis melódica, cantada con aparente anarquía mientras arpas e instrumentos clásicos salen y se esconden, cogen tu sensibilidad de macho (o hembra) y la exprimen, se la beben, la mecen, la acunan.

Quizá el mejor disco que he oído jamás, una mezcolanza de estilos enhebrados con hilo de oro, hilo de seda que contagió a tantos y tantos grupos hasta el día de hoy. ¿alguien conoce un disco al que tantas bandas intentan imitar sin acercarse ni a su blanca portada desde hace 40 años? ¿No? Lo suponía. Cinco cuernos, y porque no hay diez.

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